Las personas que han vivido bajo el socialismo se arriesgarán a alambres de púas, balas y océanos para escapar de él. Mientras tanto, los defensores más ruidosos del socialismo viven en naciones capitalistas, bebiendo Starbucks, tuiteando desde iPhones y quejándose del "capitalismo en etapa tardía" mientras disfrutan de su abundancia. No se mudan a Cuba. No se trasladan a Corea del Norte. Ni siquiera solicitan una visa para Venezuela. ¿Por qué? Porque en el fondo, saben la verdad: El socialismo solo es tolerable cuando alguien más paga por tus fantasías. Las personas que huyen de los regímenes socialistas no están confundidas. Han vivido el resultado: pobreza, racionamiento, corrupción, miedo. El socialista occidental, por su parte, nunca ha tenido que hacer cola para comprar pan, solo para el nuevo iPhone. En lugar de aprender de aquellos que escaparon de la tiranía, creen arrogantemente que "lo harán bien esta vez" como si las leyes de la economía, la naturaleza humana y la realidad moral se inclinaran ante sus sentimientos. No es idealismo. Es resentimiento disfrazado. No quieren levantar a los pobres. Quieren castigar a los exitosos, derribar lo que funciona y ser aplaudidos por los escombros que dejan atrás. No son revolucionarios. Son solo niños mimados con eslóganes, tratando de arrastrar al mundo de regreso a la miseria de la que otros huyeron.
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